
Hoy conversamos con una voz cargada de experiencia, conocimiento y humanidad: la Doctora María Luisa Mostaza Martínez, médica pediatra con más de cinco décadas de ejercicio profesional. Ahora jubilada, nos ofrece una mirada pausada y reflexiva sobre la evolución de la medicina pediátrica en nuestro país. A través de su relato, recorremos los grandes cambios en el diagnóstico, tratamiento y acompañamiento de los más pequeños.
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Dra. Mostaza, muchísimas gracias por acompañarnos. Para comenzar, ¿podría contarnos cuándo y cómo comenzó su carrera en pediatría? ¿Qué la llevó a elegir esta especialidad?
Gracias a vosotros por la invitación, es un placer poder compartir parte de lo vivido. Estudié medicina en una época en la que pocas mujeres cursaban dicha carrera, pero desde pequeña tuve muy claro que era mi vocación y no concebía dedicarme a otra profesión. Durante los años de universidad conocí a mi marido con quien comencé a trabajar en 1972, iniciando así mi carrera profesional. Trabajamos juntos en un centro de salud como médicos de familia. Además, dirigíamos una clínica privada donde compartíamos nuestra gran pasión: la pediatría. Nos encantaba tratar con niños y ayudarlos a sanar nos producía una enorme satisfacción. Actualmente tengo cuatro hijas, once nietos y tres bisnietos y, aunque ya estoy jubilada, sigo asistiendo a cursos y charlas, tanto online como presenciales, para mantenerme al tanto de los nuevos avances en el mundo de la medicina.
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¿Cómo era una consulta pediátrica en los primeros años de su carrera? ¿Qué tipo de enfermedades eran más frecuentes y cómo se abordaban?
La consulta tenía un ritmo distinto al de hoy. Se trabajaba con menos medios pero con más tiempo para cada familia. Las enfermedades más frecuentes eran infecciones respiratorias (amigdalitis, bronquitis, neumonías), enfermedades diarreicas, otitis, sarampión, rubéola y varicela.
En aquella época el calendario de vacunas ya se llevaba a cabo pero no tenía la amplitud de hoy en día. Las vacunas han sido un gran avance en la prevención y erradicación de ciertas enfermedades. El problema es que si no se hace de manera global (movimiento antivacunas) pueden aparecer focos de epidemias como ocurre actualmente, por ejemplo, con el sarampión…
Otra medida importante para la prevención fue el inicio del cribado neonatal. En un principio la prueba del talón consiguió que con un simple pinchazo y unas gotas de sangre se pudieran detectar dos enfermedades: la Fenilcetonuria y el Hipotiroidismo, cuyo diagnóstico y tratamiento temprano evitaban graves secuelas en el futuro del bebé. Hoy en día, con esta misma prueba, se detectan ya 23 enfermedades, lo que representa un gran avance en la medicina preventiva.-
¿Qué cambios destacaría en la forma de tratar a los niños hoy respecto a entonces?
Ha habido un cambio enorme. Hoy se trata al niño como un paciente con entidad propia, y se respeta mucho más su individualidad. Antes, muchas veces el niño “no hablaba”: eran los padres quienes contaban todo. Hoy se le escucha directamente, según su edad, claro. Además, la medicina infantil se ha profesionalizado mucho más: tenemos subespecialidades, protocolos, acceso a pruebas de laboratorio, ecografías, resonancias, etc. Todo esto mejora el diagnóstico precoz y permite intervenir antes, pero también nos aleja a veces del contacto humano.
Y algo muy importante: hoy se entiende mucho mejor el desarrollo emocional del niño. Antes no se hablaba de ansiedad infantil, ni de duelo, ni de salud mental. Hoy sabemos que el bienestar psicológico es fundamental desde los primeros años, y eso me parece uno de los grandes logros de la pediatría moderna.-
¿Cómo ha evolucionado el uso de los medicamentos en pediatría? ¿Qué ha mejorado y qué desafíos persisten?
Hoy existen fórmulas pediátricas específicas, presentaciones más cómodas, y un control mucho más riguroso de los efectos secundarios. Se investiga con más precisión cómo afecta cada fármaco a un organismo en desarrollo.
El problema es que hay una tendencia al sobreuso de la medicación. Ante cualquier malestar leve, hay familias que esperan una solución inmediata en forma de jarabe o pastilla. Y no siempre es necesario. La fiebre, por ejemplo, no es una enfermedad, sino un síntoma, y muchas veces solo requiere observación. Creo que hay que recuperar un poco de paciencia y confianza en el cuerpo del niño.-
¿Qué opina sobre el uso creciente de diagnósticos como el TDAH? ¿Se diagnostica más porque hay más conciencia, o porque se etiqueta demasiado?
Es una pregunta compleja. Por un lado, me parece positivo que se reconozcan los trastornos del neurodesarrollo, que antes pasaban desapercibidos y generaban mucho sufrimiento en las familias. Pero por otro lado, hay un riesgo claro de sobrediagnóstico. No todo niño inquieto tiene TDAH, ni todo niño tímido tiene ansiedad social.
Vivimos en una sociedad muy acelerada, con altos niveles de exigencia escolar y poca tolerancia a la diferencia. Eso lleva a etiquetar con rapidez conductas que tal vez solo expresan una etapa de desarrollo o una necesidad emocional. Por eso creo que el diagnóstico debe ser siempre cuidadoso, multidisciplinar y sobre todo, compasivo. No estamos ante “síndromes”, sino ante personas únicas.-
¿Cuáles diría usted que son los nuevos desafíos de la pediatría en el siglo XXI?
Uno de los principales retos es la salud mental infantil. Vemos cada vez más niños con ansiedad, trastornos del sueño, problemas de autoestima… Las redes sociales, la presión académica, el estrés familiar, todo eso les afecta.
Otro gran reto es la alimentación. Hemos pasado de la malnutrición por carencia a la malnutrición por exceso. El sobrepeso y la obesidad infantil son alarmantes, y están directamente relacionados con enfermedades crónicas que antes solo se veían en adultos.
Y, por supuesto, está el desafío de seguir humanizando la atención médica. A pesar de los avances tecnológicos, no debemos perder la escucha, el vínculo, la empatía. El niño necesita sentirse comprendido, no solo tratado.-
¿Qué cree que se ha perdido, si es que algo se ha perdido, con la medicina moderna?
Diría que se ha perdido un poco de calma. Antes todo era más lento, para bien y para mal. Hoy tenemos prisa: prisa para atender, prisa para diagnosticar, prisa para tratar. Y eso afecta al vínculo médico-paciente.
También echo en falta el contacto más directo con la comunidad. Antes conocías a las familias, sabías qué comían, cómo vivían. Ahora, la medicina es más fragmentada. El reto es combinar el conocimiento científico con la sabiduría del trato humano.-
¿Qué consejo le daría a las nuevas generaciones de pediatras?
Que no pierdan la vocación. Que recuerden que detrás de cada caso hay una historia, una familia, una emoción. Que no se dejen arrastrar por la burocracia, por los protocolos vacíos, ni por la frialdad de las estadísticas. Que se emocionen, que escuchen, que abracen (cuando se puede). La pediatría es una especialidad hermosa, porque trabaja con la vida cuando aún está aprendiendo a ser vivida.
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